lunes, 17 de septiembre de 2012

La santidad de la mirada



En Sudamérica, un periodista amigo mío conoció a un viejo jefe indígena a quien quería entrevistar. El jefe accedió con la condición de que previamente pasaran algún tiempo juntos. El periodista dio por sentado que tendrían una conversación normal. Pero el jefe se apartó con él y lo miró a los ojos, largamente y en silencio. Al principio, mi amigo sintió terror: le parecía que su vida estaba totalmente expuesta a la mirada y el silencio de un extraño. Después, el periodista empezó a profundizar su propia mirada. Así se contemplaron durante más de dos horas. Al cabo de ese tiempo, era como si se hubieran conocido toda la vida. La entrevista era innecesaria. En cierto sentido, mirar la cara de otro es penetrar a lo más profundo de su vida.
Con mucha ligereza damos por sentado que compartimos un solo mundo con los demás. Es verdad que en el nivel subjetivo habitamos el mismo espacio físico que los demás seres humanos; después de todo, el cielo es la única constante visual de nuestra percepción. Pero este mundo exterior no permite el acceso al mundo interior del individuo. En un nivel más profundo, cada uno es custodio de un mundo privado, individual. A veces nuestras creencias, opiniones y pensamientos son un medio para consolarnos con la idea de que no sobrellevamos el peso de un mundo interior singular. Nos complace fingir que pertenecemos al mismo mundo, pero estamos más solos de lo que pensamos. Esta soledad no se debe exclusivamente a las diferencias entre nosotros; deriva del hecho de que cada uno está alojado en un cuerpo distinto. La idea de la vida humana alojada en un cuerpo es fascinante. Por ejemplo, quien te visita en tu casa, se hace presente corporalmente. Trae a tu casa su mundo interior, sus vivencias y memoria a través del vehículo de su cuerpo. Mientras dura la visita, su vida no esta en otra parte; está totalmente allí contigo, frente a ti, buscándote. Al finalizar la visita, su cuerpo se endereza y se aleja llevando consigo ese mundo oculto. La conciencia de ello ilumina el acto de hacer el amor. No son sólo dos cuerpos, sino dos mundos que se unen; se rodean e inter-penetran. Somos capaces de generar belleza, gozo y amor debido a este mundo infinito e ignoto en nuestro interior

jueves, 13 de septiembre de 2012

Las cuatro estaciones




Hay cuatro estaciones en el corazón de arcilla. Cuando es invierno en el mundo natural, los colores se desvanecen; todo es gris, negro o blanco. Los paisajes y los bellos colores empalidecen. La hierba desaparece y la tierra misma se congela en un estado de desolada retracción. En el invierno, la naturaleza se retira. El árbol pierde sus hojas y se vuelve hacia su interior. Cuando es invierno en tu vida, sufres dolor, dificultades o agitación. Lo más prudente es imitar el instinto de la naturaleza y retirarte hacia tu interior. Cuando es invierno en tu alma, no conviene iniciar nuevos emprendimientos. Es mejor ocultarse, refugiarse hasta que pase el tiempo vacío y desolado. Tal es el remedio de la naturaleza, que se ocupa de sí misma en la hibernación. Cuando padeces un gran dolor en tu vida, tú también debes buscar refugio en tu propia alma.
Una de las transiciones más bellas en la naturaleza es la que media entre el invierno y la primavera. Dijo un antiguo místico zen: cuando se abre una flor, es primavera en todas partes. Cuando la primera flor inocente, infantil, se abre sobre la tierra, uno intuye la agitación de la naturaleza bajo la corteza helada. Una bella frase en gaélico dice ag borradh, "un temblor de la vida a punto de irrumpir". Los colores maravillosos y la vida nueva que recibe la Tierra hacen de la primavera un tiempo de gran exuberancia y esperanza. En cierto sentido, la primavera es la estación joven y el invierno es la vieja. El invierno estaba aquí desde el comienzo. Reinó durante millones de años en medio de una naturaleza muda y desolada, hasta que apareció la vegetación. La primavera es una estación juvenil, que llega en medio de un torrente de vida y esperanza. En su corazón reina un gran anhelo interior. Es un tiempo en el cual el deseo y la memoria se agitan y se buscan. Por consiguiente, la primavera en tu alma es un tiempo maravilloso para emprender aventuras o proyectos nuevos, o realizar cambios importantes en tu vida. Si lo haces en ese momento, el ritmo, la energía y la luz oculta de tu propia arcilla trabajan para ti. Estás en la corriente de tu crecimiento y potencial. La primavera en el alma puede ser bella, llena de esperanzas, fortificante. Puedes realizar transiciones difíciles de manera natural, no forzada y espontánea.
La primavera florece y avanza hacia el verano. En esta estación la naturaleza se engalana de colores. En todas partes reinan la exuberancia, la fecundidad, una textura. El verano es tiempo de luz, crecimiento y llegada. Uno siente que la vida secreta del año se oculta en invierno, empieza a asomar en primavera y termina de florecer en el verano.
Así, el verano en tu alma es un tiempo de gran equilibrio. Estás en el flujo de tu propia naturaleza. Puedes correr todos los riesgos que quieras, que siempre caerás de pie. Hay suficiente abrigo y profundidad de textura a tu alrededor para sostenerte, equilibrarte y cuidarte.
El verano da paso al otoño. Ésta es una de mis estaciones preferidas; las semillas sembradas en primavera y nutridas en el verano dan frutos en el otoño. Es la cosecha, la consumación del trayecto largo y solitario de las semillas a través de la noche y el silencio bajo la superficie de la Tierra. La cosecha es una de las grandes festividades del año. Era una época muy importante en la cultura celta, cuando la fertilidad de la tierra rendía sus frutos. Asimismo en el otoño de tu vida, los sucesos del pasado, las vivencias sembradas en la arcilla de tu corazón casi sin que lo supieras, rinden sus frutos. El otoño de la vida de la persona es tiempo de recoger, de cosechar los frutos de la experiencia.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Desiderata




 Escucha entonces la sabiduría del sabio:
“Camina plácidamente entre el ruido y las prisas,
y recuerda que la paz puede encontrarse en el silencio.
Mantén buenas relaciones con todos en tanto te sea posible, pero sin transigir.
Di tu verdad tranquila y claramente;
Y escucha a los demás,
incluso al torpe y al ignorante.
Ellos también tienen su historia.
Evita las personas ruidosas y agresivas,
pues son vejaciones para el espíritu.
Si te comparas con los demás,
puedes volverte vanidoso y amargado
porque siempre habrá personas más grandes o más pequeñas que tú.
Disfruta de tus logros, así como de tus planes.
Interésate en tu propia carrera,
por muy humilde que sea;
es un verdadero tesoro en las cambiantes visicitudes del tiempo.
Sé cauto en tus negocios,
porque el mundo está lleno de engaños.
Pero no por esto te ciegues a la virtud que puedas encontrar;
mucha gente lucha por altos ideales
y en todas partes la vida está llena de heroísmo.
Sé tu mismo.
Especialmente no finjas afectos.
Tampoco seas cínico respecto al amor,
porque frente a toda aridez y desencanto,
el amor es tan perenne como la hierba.
Acepta con cariño el consejo de los años,
renunciando con elegancia a las cosas de juventud.
Nutre la fuerza de tu espíritu para que te proteja en la inesperada desgracia,
pero no te angusties con fantasías.
Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad.
Más allá de una sana disciplina,
sé amable contigo mismo.
Eres una criatura del universo,
al igual que los árboles y las estrellas;
tienes derecho a estar aquí.
Y, te resulte o no evidente,
sin duda el universo se desenvuelve como debe.
Por lo tanto, mantente en paz con Dios,
de cualquier modo que Le concibas,
y cualesquiera sean tus trabajos y aspiraciones,
mantente en paz con tu alma
en la ruidosa confusión de la vida.
Aún con todas sus farsas, cargas y sueños rotos,
éste sigue siendo un hermoso mundo.
Ten cuidado y esfuérzate en ser feliz”

miércoles, 5 de septiembre de 2012



Cada instante, cada momento es unico ,maravilloso e irrepetible ...Vivelo, gozalo,disfrutalo!!!